Cartas a mamá: La despedida.
Antes siquiera de que se planteara la posibilidad de migrar a Alemania, yo tenía una vida plena en México, con todo lo que una sociedad dicta que debe tener una persona para ser un ser humano funcional y responsable. Tenía un buen trabajo, me había comprado una casa, un coche, había adoptado a un hermoso gato y, por aquellos días, tenía un compañero de casa. Todo iba bien, le dedicaba tiempo a construir un jardín y aprendía a gestionar el estrés laboral en terapia. Pero entonces llegó la pandemia, que supuso un antes y un después en el mundo. Diría que en mi caso ocurrió algo así como una bomba nuclear que lo hizo todo pedacitos y tuve que volver a reinventarme para sobrevivir.
Recuerdo que ya se oía en las noticias que había una pandemia que había empezado en Asia, pero no se sabía nada más, casi todo eran rumores. Pero una noche eso se hizo realidad para mí: me llamaron a mi celular de la compañía muy tarde y me pedían que fuera urgentemente a la la empresa para poner en modo de descanso a todas las máquinas de las que era responsable. Desde ese día no volví a trabajar hasta un mes después. Había mucha gente enferma, los hospitales se estaban saturando, pero en la ciudad donde yo vivía aún no se sentía ese pánico. Llegó diciembre y con él esos días de asueto típicos de esa época, así que mis padres fueron a visitarme para pasar esos días juntos.
Aunque la estancia en San Luis Potosí fue corta, mi madre se dio cuenta de que debía hacer un trámite urgente en la Ciudad de México, así que volvimos. Un día antes de Navidad, mis padres empezaron a tener fiebre, tos y dolor corporal. Los atendí como toda una enfermera amorosa hasta que, días después, mi padre se recuperó de algún modo, pero ella no. Como no sabían nada de esta enfermedad, prácticamente me obligaron a irme de su casa para evitar que me contagiara, y me fui a mi casa.
Cuando llegué a San Luis Potosí recordé que tenía un pendiente, recogería el carro nuevo que había pedido tiempo antes. Así que fui por él y lo estacioné fuera de mi casa. Recuerdo que en esos días mi compañero de casa no estaba porque se había ido a su ciudad natal a pasar esas fechas con su familia. Estaba conmigo mi gato, una casa fría, un auto nuevo y la incertidumbre sobre mi futuro. Me abrumaba la salud de mis padres; aunque mi padre estaba mejor, no estaba sano, y mi madre... mi madre no mejoraba. Además, para mí ya había sido demasiado tarde, ya estaba infectada, pero no recibí la confirmación hasta Nochevieja, así que en el trabajo me suspendieron por 40 días laborables.
Mis amigos me llevaron de comer y unos vecinos estupendos me llevaban sopa caliente a la puerta de casa (no me sabía a nada, porque mis papilas gustativas estaban como desactivadas). Mi gato se echaba a mi lado para hacerme compañía y un médico que era vecino mío me ayudó con las medicinas. Mi madre no mejoraba, pero yo no era capaz ni de subir y bajar escaleras: tenía fiebre, tos y mucho dolor en el pecho. Quería a mi madre conmigo, pero ella me necesitaba más.
Al hablar con el médico, le planteé la posibilidad de que me dejara ir sola en coche hasta casa de mis padres. Suponía algo así como seis horas y media sin parar. Pero me dijo que para nada era una buena idea. Para que me dejara viajar, tenía que asegurarme de que no sentía fatiga al subir y bajar las escaleras, de que podía retener la comida y si la fiebre cedía. Entonces, mi padre me llamó para decirme que mi madre estaba muy grave. Me invadió un impulso sobrehumano y al día siguiente viajé hacia ellos.
No sentí el viaje porque mi objetivo era muy claro: llegar con ellos lo antes posible. Cuando mi padre abrió la puerta, lo noté más delgado y ojeroso, así que lo abracé. Me dijo que bien por haberlo logrado y que lo que estaba por ver podría ser impactante. Y así fue. Entré en la sala y vi que se había transformado en un pequeño hospital. Papá había destinado los recursos que teníamos para lograrlo y tener a mamá lo mejor posible. Para entonces, el sistema de salud ya había colapsado y no había modo de ingresarla en un hospital. Cuando llegué, estaba en posición prona, que era la mejor para que sus órganos descansaran. En ese momento habían acudido al rescate varias personas: unas primas que eran enfermeras, un primo que disponía de tiempo libre y una vecina amiga de la familia.
Papá había colocado un sillón al lado de la cama para hacerle compañía y así cuidarla las 24 horas. Cuando la trajeron de vuelta a la silla, vi su rostro y noté lo desmejorada que estaba: tenía un tubo de oxígeno en la nariz, estaba pálida, no tenía fuerzas para toser, ni para hablar, ni para mover el cuerpo o comer.
Lo que estaba viendo me impactó y entendí por qué mi madre me insistía tanto en mi juventud para que estudiara Tanatología y Logoterapia, para no volverme loca en ese momento. Pese a todo lo que estaba sintiendo, era muy consciente de algo: debía despedirme de ella porque su estado de salud era malo y estadísticamente no había manera de sacarla de esa situación tan lamentable.
Activé mis recursos y, hablando con mi terapeuta, le pedí técnicas para ser resiliente y poder estar frente a ella sin llorar, sin derrumbarme, y poder hablar con ella. Así fue, recuerdo que tuve hasta dos sesiones exprés al día para lograrlo. Me iba a una habitación del piso de arriba y meditaba para poder estar con ella. Recuerdo abrazarla, hacerle masajes en las manos y en los pies hinchados, peinarle el cabello y hacerle trenzas para que estuviera más cómoda. Cuidaba de que estuviera cómoda con sus pijamas y le daba de comer despacio, como supongo que ella lo hacía cuando yo era bebé.
Ella sabía que podía contar conmigo y comenzó a desahogarse, me empezó a dar instrucciones sobre lo que deseaba si no lograba librar esto. La escuché con amor y anoté todos sus deseos para cumplirlos. Recordamos sus recientes aventuras y viajes, traté de aliviar sus pesares, pues le preocupaba mucho que estuviéramos acumulando grandes gastos para mantener esos cuidados. Traté de estar despierta lo más pude que para disfrutar de esos maravillosos 3 días que Dios me regaló a su lado.
Después de semanas de insistencia, logramos ingresarla en un hospital. Para entonces, el dinero era lo único que abría las puertas; los ahorros se esfumaban y las tarjetas de crédito se iban al infinito, pero saber que podíamos dejarla en mejores manos nos daba mucha tranquilidad. Así que llegó el día: papá logró conseguir una ambulancia especial para pacientes con problemas respiratorios. Cuando supe la hora de llegada, mamá me pidió que la cambiara y lo hice con todo el cariño que sentía por ella: la abracé por la espalda, la puse entre mis piernas y la acaricié; la llené de besos y le dije que había sido la mejor madre que me había podido tocar en este mundo, que había sido una guerrera valiente, amorosa y sumamente inteligente. Le dije que no se preocupara, que haría lo que me había pedido y que cuidaría de mi padre y de mí.
La ambulancia llegó, papá se fue con junto con ella. Yo me fui en el auto detrás de ellos y después de tres hospitales saturados logramos su ingreso. Papá se encotraba mal porque aún no se recuperaba del todo de sus pulmones y además él había tenido un infarto recientemente así que eso empeoraba su salud. Hablamos del tema así que dió como referencia también mi número para que el hospital nos diera informes. Esa noche pudimos dormir muy a penas un par de horas, estabamos sumamente cansados y nos dolía el corazón. Al día siguiente después del desayuno nos alistamos para ir a un médico privado que pudiera verificar nuestro avance con la enfermedad. Allí mismo recibí la primera llamada del hospital, la habían entubado porque su estado era crítico sus pulmones estaban colapsados. Nosotros en el médico recibimos medicina y nos pidio que regresaramos para ver la evolución. Al día siguiente recibí otra llamada en la que me informaron de que la situación no era favorable, ya que todos sus signos vitales estaban fuera de control. Dormimos una noche más sin descansar. Al día siguiente recibí esa llamada que me destrozó el corazón: me informaron de que, lamentablemente, esa misma mañana había fallecido. Mi padre estaba a mi lado y solo lo abracé llorando y le dije que no lo había logrado. Se empezó a desplomar en el sillón y le dije que respirara, que no podía con dos pérdidas, que por favor resistiera. Me tomé un momento para calmarme y continué con la llamada. Me pidieron una serie de papeles para poder rellenar la documentación del acta de defunción.
Papá estaba en estado de shock y no decía nada, pero le dije que había que avisar a la familia y amigos. Él se encargó de juntar los documentos y yo de hacer las llamadas. ¡Qué horror! Cada vez que llamaba, sentía más punzantes las palabras, se me iban triturando las entrañas, me sentía como esas tazas de Kintsugi, pero sin reparar. No recuerdo cómo pasó, pero me desconecté de algún modo para poder funcionar, me recuerdo llenando el acta de defunción despacio para no equivocarme, recuerdo que hacía frío y que estaba gestionando la cremación de forma simultánea. Pensé que toda la historia de terror había terminado. Pero recibí la llamada de una tía, hermana de mi papá, para informarme de que mi abuelita estaba grave, internada y el escenario no era bueno. Sí, otra vez, pero ahora tenía que encontrar el momento de darle otra mala noticia a él. Al día siguiente, le dije en el desayuno que mi abue había sido ingresada y que esperábamos noticias. Me dijo que solo podía ocuparse de lo de mi mamá ese día, así lo hicimos: primero fuimos al hospital para que él reconociera el cuerpo y después fuimos a cremarla. Cómo es la vida, cómo era posible que en esa pequeña cajita estuviera el cuerpo de mi mamá.
Aún no acababa esta película de terror; aún no había recuperado el aliento cuando ya dolía demasiado, pero aún había más tragedias que atender. ¿Cómo se sobrevive a esto?
Felicidades!! Muy lindo todo , gracias!!!🥰🤗❤️👏
Gracias!!
Muchas gracias!! Que bonito !!!😇🥰
Felicidades!!!!🥳
I was in tears even before playing the video! Recently started watching Bluey and to be honest I am saviouring every episode, making sure not to rush through them. Luce as a kid would have love it too! Without all the sometimes extreme drama cartoons such as "Candy", "Peline" and the anime series called in Spanish "La Ranita Demetan" displayed. I also remember feeling sad and stressed after watching some of them...But Bluey is so not like that. I am sure this is appreciated by kids and parents equally. Cheers to all healthy, innocent and non invasive copying mechanisms! And thanks for sharing this one! 😍